María Jesús Montero ha vuelto a Andalucía este sábado. Y lo ha hecho con pancarta en mano. La actual vicepresidenta del Gobierno de España, ministra de Hacienda y secretaria general del PSOE andaluz participa hoy en una protesta frente a la sede del Ejecutivo andaluz en Sevilla, en defensa de la sanidad pública. Una escena que, para muchos, resulta difícil de digerir.
Y es que María Jesús Montero no es una recién llegada al debate sanitario. Es, en realidad, una de sus protagonistas históricas. Y no precisamente por haber reforzado el sistema. Durante sus años como consejera de Salud y posteriormente de Hacienda en el Gobierno andaluz, Montero lideró uno de los periodos más duros para la sanidad pública en la comunidad. Bajo su responsabilidad se ejecutaron fusiones hospitalarias que degradaron la atención en varios puntos de Andalucía, se amortizaron más de 7.500 puestos de trabajo en el sector sanitario y se dispararon las listas de espera quirúrgica y diagnóstica.
La hemeroteca le pasa factura
Aquel modelo sanitario, señalado incluso desde dentro de la propia izquierda, sigue dejando huella hoy. En 2017, el ya fallecido doctor Jesús Candel, conocido como Spiriman, se convirtió en un símbolo de la protesta ciudadana contra el deterioro de la sanidad. Señaló sin rodeos a María Jesús Montero como una de las responsables del proceso de “privatización encubierta” del sistema, un discurso que entonces incomodaba al poder. Hoy, los mismos argumentos que antes se desestimaban como exagerados son utilizados por quienes los protagonizaron.
Lo que ayer se negó, hoy se agita en pancartas. Pero los hechos no se borran.
María Jesús Montero formó parte del núcleo duro del Ejecutivo autonómico que aplicó ajustes generalizados en la red hospitalaria pública. Muchos de los recortes se justificaron bajo argumentos de eficiencia, pero las consecuencias fueron evidentes: ciudades enteras vieron cómo sus hospitales dejaban de ofrecer especialidades completas, los profesionales denunciaban sobrecarga y precariedad, y los pacientes acumulaban demoras de meses para acceder a una consulta o una intervención.
Porque para Montero, Andalucía parece haberse convertido en una plataforma de fin de semana. De lunes a viernes ejerce como ministra en Madrid, y de viernes a domingo como aspirante en Andalucía. La contradicción se vuelve aún más visible cuando Montero es también la responsable del modelo de financiación autonómica que mantiene infrafinanciada a Andalucía en al menos 1.500 millones de euros anuales. María Jesús Montero, como ministra de Hacienda, ha rechazado cualquier modificación.
¿Cómo se puede exigir una sanidad mejor cuando se niega la base económica para financiarla? Esa es la pregunta que muchos se hacen al verla hoy liderar una manifestación en defensa del sistema público. La lógica del eslogan se impone a la lógica de los hechos.
La ministra Montero: una memoria selectiva
María Jesús Montero ha vuelto a Andalucía con la pancarta bajo el brazo y la memoria convenientemente recortada. En su paso por Almería, evitó cualquier alusión a su propia etapa como gestora sanitaria. Ninguna mención a las fusiones hospitalarias que ella misma promovió. Ninguna palabra sobre los más de 7.500 empleos amortizados bajo su dirección. Ningún dato sobre las listas de espera que se dispararon mientras ocupaba el despacho de Salud.
Lo que sí trajo fue un discurso cargado de frases grandilocuentes, como si no hubiese formado parte de los gobiernos que aplicaron recortes estructurales en el sistema sanitario andaluz. Una intervención medida para la foto, con mensajes pensados para el titular, pero sin asumir ni una sola de las decisiones que marcaron negativamente la sanidad pública de la comunidad.
Basta con mirar atrás: la unificación de hospitales en Granada, aprobada durante su mandato, desató protestas masivas en las calles y un movimiento ciudadano que aún hoy recuerda con claridad aquel episodio. Las plataformas nacidas entonces siguen activas en muchas provincias, donde los efectos de aquella política aún se dejan sentir. Profesionales sanitarios y pacientes arrastran las consecuencias de una gestión que priorizó la reorganización administrativa y los ajustes presupuestarios por encima de la calidad asistencial.
Pero nada de eso aparece en el relato de Montero. Como si el deterioro de la sanidad fuese ajeno. Como si Andalucía empezara a existir los fines de semana.